domingo, 29 de noviembre de 2009

domingo, 8 de noviembre de 2009

"He aprendido a quererla a mi manera"

A Luismi y a mí nos unía, a priori, solamente nuestra pasión por los carnavales... Él, corista de pro, gaditano de nacimiento, orgulloso de su tierra, tal y como no puede ser de otra forma...

Muchas, muchas, muchas horas, días, semanas de conversación cibernética forjaron una especie de amistad que se reafirmó un esplendoroso Domingo de Coros, cerca de la gaditana plaza de San Francisco, poco antes de que él subiera a la batea para hacer el desfile con su grupo... Ese año, el tipo era de piratas. A él se unía un nutrido grupo de gente venida de todas partes de nuestra Andalucía... A todos nos unía lo mismo... carnaval y conversaciones cibernéticas... El día fue genial...

Nuestra amistad siguió creciendo... mucha confianza, muchas risas y alguna que otra pena... pero a distancia... Un día se decidió. Vino a verme. Los dos solos. Para hablar tranquilos, para reír, para pasar un buen rato... Y en mitad de una partida de cartas... saltó a mi cama... Y entonces...

Poco después volvió a coger su coche, antiquísimo, como quien dice, y de nuevo vino a casa... en un principio, dispuesto a jugar a las cartas de nuevo... Pero esta vez, todo fue distinto... Una complicada ruptura sentimental lo había dejado malherido y sangrante deambulando por la vida... Nuestra amistad estaba por encima, él me importaba más allá del sexo... Y lloró, lloró conmigo, en mi hombro. Me descolocó mucho, muchísimo. Y aunque en el momento no me dí cuenta, con el paso de los años y otras muchas conversaciones, me reconoció que soy de las pocas personas en este mundo que le ha visto derramar lágrimas, roto por el dolor. Y eso le hace, de alguna forma, estar irremediablemente unido a mí.

Primero llegó una nueva pareja a mi vida, después, a la suya. Pero nuestras conversaciones no cesaban. Al principio, todo precioso, cuento de hadas maravilloso que vivía incrédula, creyéndome lo increíble... Pero todo comenzó a volverse gris y una gran tormenta se aposentó en el techo de mi vida durante un tiempo complicado. Y él, Luismi, seguía ahí.

Él no daba un duro por su relación, pero a la semana de estar planeando un nuevo encuentro entre nosotros, me cuenta que se va a vivir con su chica... Un jarro de agua fría. Pero me repuse. Le deseé lo mejor mientras mi vida se hundía y me daba la sensación de que iba hacia el siniestro total.

Y llegó mi ruptura, y él me escuchó, me leyó, me preguntó, se preocupó. Y nuestras conversaciones empezaron a hacerse más asiduas y más profundas, pero yo sabía de los celos de ella... Le borró todos los números con nombres de chica que tenía guardados en el móvil y también sus contactos en messenger. En esa criba, caí yo, claro está. Pero él se sabía mi e-mail y mi móvil de memoria. Cuenta de correo "extraoficial" y horarios de uso de móvil controlados fue lo siguiente.

"Vente a pasar la tarde conmigo, por favor", me dijo una y otra vez desde que mi ruptura se hizo efectiva. Pero era demasiado arriesgado. Ella trabajaba tan sólo a un par de kilómetros del piso que ambos compartían. Más conversaciones, más peleas, más hartazgo, más desesperación... Su conversación diaria conmigo era como desconectar de todo lo mundano. Se relajaba, dejaba la imaginación y las emociones fluir... Una relación complicada, pero que se ha convertido en una espiral de la que no puede salir. Él, su chica y los celos de su chica...

Yo formo parte de lo que él llama su "vida de mentira". Se supone que no tiene contacto conmigo, que no tiene esa cuenta de messenger por la que hablamos, que no nos ponemos en contacto por móvil... Igual que se supone que yo esta noche no la he pasado en su casa. Los dos solos, mientras ella está en Madrid. Seis años sin mirarnos a los ojos... y cosas por sacar de dentro que a través de la fibra óptica no se pueden decir.

Antes de vernos, un viaje en tren apresurado e improvisado, Perdona si te llamo amor, de Federico Moccia, en el bolso, color en los labios y las pestañas, y una sonrisa ante esas pequeñas locuras que hacen que la vida sea eso, VIDA VIVIDA. Un nuevo capítulo de ésta, mi historia, ni mejor ni peor que la de nadie.

En la estación, un abrazo fuerte y mucho frío. Una mirada. Un paseo rápido. Una mirada. Se abre un portal. Otra mirada... Pero él durmió en el sofá y yo en el cuarto de invitados. Respetó "su" cama, la de ellos dos. Le importo más allá del sexo. Quería verme, charlar sin necesidad de teclear, estar tranquilos un rato, verme reír y... sacar lo mejor de mí. Le costó, pero lo consiguió. Y me hizo sentir tan sumamente bien... tan bella, tan fuerte, tan feliz, tan mujer... Gracias, Luismi.

Y en la mañana, después de despertarme con un "Buenos días, Bella Durmiente" y de decirme que mejor no se metía un rato conmigo en la cama, me dijo que no sentía ningún tipo de remordimientos para con su pareja... "Es que... HE APRENDIDO A QUERERLA A MI MANERA".

Y en la estación... "¿Vendrás a verme estos carnavales?". "No lo sé", le conteste con cara de circunstancia. "Bueno... entonces tal vez nos estemos despidiendo hasta que nos veamos dentro de otros seis años" y mi respuesta, "Eso será señal de que seguiremos con nuestra amistad adelante", le dibujó una sonrisa. Un abrazo enorme, una mirada, un beso en la mejilla... y el Levante le llevó a él, hacia su casa, y a mí hasta el vagón de tren que, tras atravesar esas salinas únicas, me dejaría de nuevo en ese lugar amado que ahora se ha convertido en mi retiro...